Crónica de Juan Pablo Albar

LAS MANOS DEL CIENTÍFICO EXPEDICIONARIO

Como muchos de los asiduos seguidores de esta expedición, muy agradecidos por nuestra parte desde estas latitudes, habrán podido comprobar el responsable/coordinador de los proyectos científicos no se ha prodigado en exceso en esto de la comunicación. Sobre todo después de haber alcanzado el hito de Polo Sur geográfico. Como siempre, una cascada de razones pueden justificar este hueco que desde ahora pretendo cubrir.

Juan Pablo Albar at The South Pole

Juan Pablo Albar en el Polo sur

Obviamente, una de las principales razones ha sido el enorme impacto físico y emocional que ha supuesto integrarme de lleno en este PROYECTO con mayúsculas que supone la travesía antártica a bordode un vehículo singular como reto meramente exploratorio.

Resulta tan dominante que los aspectos científico-técnicos quedan relegados a un segundo o tercer plano. No quiero referirme en primer lugar al estatus de esos proyectos, hoy quiero compartir con vosotros una realidad vivencial desde esos ángulos no contemplados en el guión de la propuesta expedicionaria.

Ya hice mención fugaz en mi anterior crónica a esas labores menores pero imprescindibles que supusieron el inicio formal de la expedición, cuando nos dejó la avioneta Basler en el borde del plateau antártico a -28ºC con unas horas por delante de una gran tormenta.

Durante cuatro días en esas condiciones ambientales tuvimos que montar desde sus componentes más elementales el vehículo trineo-catamarán al que Ramón aún no ha bautizado con nombre propio. Aunque ya había sido informado de los cientos y cientos de nudos que tendríamos que hacer, estos tomaron cuerpo en esos días además de comprobar que los petates que llevamos no resistían dos desplazamientos con algo de peso en su interior por lo que había que reforzarlos. Estas labores requieren de destreza en las artes de cortar, quemar extremos de cordino, anudar, coser, etc. todas ellas muy manuales que a ciertas temperaturas, siempre bajas, sensibilizaron de manera significativa las yemas de los dedos de más de uno, desde luego las mías.  En aquellos circunstancias aparqué mis preocupaciones relacionadas con los proyectos científicos que después hemos venido desarrollando durante esta expedición.

Como muchos de vosotros sabréis una de las actividades importantes en alta montaña y este tipo de expediciones es la de fundir nieve para generar agua en cantidades importantes, cosa que también se hace en gran medida con la ayuda de las manos. El gobierno del catamarán también se hace con las manos debidamente protegidas, las recogidas de cometa, las de muestras para los distintos proyectos científicos, etc., etc. Todas estas manualidades no siempre tienen su reconocimiento pero van dejando huella en esas manos que de pronto empiezan a ser protagonistas en primera persona de casi todas las cosas que llevamos a cabo. Esto puede resultar anecdotario y marginal pero las sensaciones que percibimos a través de ellas pueden llegar a dominar nuestro estado de ánimo y humor modulando las relaciones con los vecinos, en este caso cuatro.

El acorchamiento de las yemas de los dedos supone un estado de evolución del proceso que ya nos acompañará hasta más allá de finalizada nuestra aventura. También esta hiper-sensibilización puede conducir a algún proceso patológico menor que, como en mi caso, que en este ambiente siempre te deja algo preocupado.  No obstante y dicho esto, la fuerza emocional de esta gran expedición absorbe, mitiga y arrincona todos estos inconvenientes físicos.

Por supuesto, el impacto físico al que me refería no se reduce a la incomodidad de las actividades mencionadas en presencia del frío. La dinámica de navegación a la que Ramón Larramendi ya se habrá referido en sus crónicas (desde aquí no tenemos acceso a la página web) implican 10 horas seguidas diarias de navegación para cada dos de nosotros fuera de la tienda-habitáculo con temperaturas entre -20º y -35ºC. Esto deja poco espacio temporal a aquellos poco experimentados en el envío de crónicas in situ e in vivo. El refugio del saco durante 10 horas, mientras la otra pareja sigue navegando, no permite salvo en paradas obligadas, poder teclear una crónica.

No dejo de asombrarme cuando Ramón está tecleando en el MacBook Air elaborando su crónica casi diaria a la vez que prepara la comida en el interior de la tienda, atiende el teléfono y se prepara para su turno de navegación, también lo veo en Javi, preocupado con la carga de batería del ordenador y el envío de imágenes a Madrid y además también es capaz de enviar crónicas. No menos hace Ignacio desde su PDA después de haber repasado el estado del vehÍculo de navegación. Parece ser claro que soy el menos experimentado en estas labores.

Bueno, saludos y hasta pronto.