Estupor, asombro, risas, estupefacción, son muchas las reacciones que ha causado la supuesta oferta de Trump de comprar Groenlandia y las redes sociales de Groenlandia, y en especial Facebook, que forma parte ya de la vida cotidiana de los groenlandeses tanto como el hielo, está llena de memes de “Trumpi” (groenlandizado) colocando torres Trump en icebergs o poblados.
La noticia ha dado la vuelta al mundo como algo ridículo, excéntrico, a lo que han respondido las autoridades groenlandesas diciendo que la isla no está en venta y, de un modo menos cortés, las autoridades danesas, a las que la broma ciertamente no les ha hecho ninguna gracia.
Pero hay mucho más que el titular. La realidad es que en los círculos del gobierno de Groenlandia no se descarta en absoluto la posibilidad de modificar la zona de influencia que ahora procede de Dinamarca. Todo comienza con el ambicioso proyecto de construcción de tres nuevos aeropuertos en Groenlandia, uno en Ilulissat, capital turística, otro en Nuuk, capital política, y otro en Qaqortoq, capital del sur y una región emprobecida pero que tiene un gran poder para ostentar las mayorías del parlamento y permitir la gobernabilidad.
El proyecto, con un costo que puede alcanzar los 700 millones de dólares, será el mayor proyecto de la historia de Groenlandia y ha sido el centro del debate político durante largos años. La gran pregunta siempre ha sido que quien iba a pagarlo, y las peligrosas aproximaciones del gobierno groenlandés con China levantaron la voz de alarma en Dinamarca y en Estados Unidos.
Los enormes recursos en minerales tecnológicos, uranio y otras materias primas, cada vez más accesibles y seguras de explotar por el acusado retroceso de la banquisa, más la aparición de nuevas tierras por el retroceso de los glaciares con potenciales yacimientos, se unen al cada día más importante valor geoestratégico de Groenlandia, especialmente por la agresividad rusa y la ambición china, que se ha autoproclamado nación “casi ártica”… Todos expectantes y tomando posiciones ante un Océano Ártico navegable, que repentinamente convertirá el Ártico en un lugar central rico en recursos y no al margen de la escena global.
A su vez, Groenlandia tiene una relación compleja con Dinamarca, con un cierto resentimiento post colonial y la tentación de emanciparse ante la figura paterna y tradicionalmente paternalista del estado danés. Por su lado, en Dinamarca, que no tiene un gran sentido emocional de posesión y donde, por el contrario, son ciertas las quejas del coste de soportar los 500 millones de dólares anuales que cuesta, resultan incomprensibles los ocasionales insultos hacia el país por parte de políticos groenlandeses. Todas estas piezas juntas, a apenas dos años de 2021, el 300 aniversario del inicio de la colonización danesa en 1721 y fecha simbólica trabajada por políticos groenlandeses como fecha para una posible independencia, han llevado a que finalmente Dinamarca se decidiese a pagar una importante parte de los aeropuertos a fondo perdido y se hiciera cargo del proyecto, ante las opciones de posible pérdida de influencia que cualquier otra opción supondría.
La realidad es que los políticos groenlandeses barajan el cambio de zona de influencia que les permita tener unas condiciones más ventajosas que las que obtienen con Dinamarca, y privadamente reconocen que Estados Unidos sería la opción más realista. Las razones no son solo históricas, durante la segunda guerra mundial ya estuvo gestionada por Estados Unidos y en la actualidad gestiona la base militar de Thule con personal militar estadounidense, sino también por la proximidad geográfica.
El gobierno groenlandés interpreta que de los 500 millones de dólares que Dinamarca aporta, un porcentaje indeterminado vuelve a Dinamarca mediante contratos a empresas danesas y otras fórmulas de cooperación privilegiada, mientras que otro porcentaje restante le permite a Dinamarca negociaciones ventajosas en un marco global más grande con Estados Unidos, disminuyendo más aún el costo indirecto que invierte en Groenlandia. Por todo ello no me parece descartable que haya habido conversaciones no públicas barajando la opción de cambio de área de influencia y que hayan culminado con la ocurrencia de comprar Groenlandia por un magnate acostumbrado a comprar hoteles y propiedades. Tan solo me sorprende que se haya hecho pública y viral porque para un país que aspira a la independencia, ser tratado como una mercancía es algo ciertamente insultante y antidiplomático que dificulta la posible exploración de un acercamiento entre las autoridades groenlandesas y Estados Unidos. No hay que olvidar que dentro de tres semanas, por primera vez en la historia, el presidente de Groenlandia Kim Kielsen se reunirá con el presidente americano.
Sería especialmente relevante saber el origen de la filtración de esta noticia al Wall Street Journal, algo que no ha sido aclarado. No hay que olvidar que esto no ha sido una declaración oficial sino la filtración de supuestos comentarios internos que, desde luego, han caído como un jarro de agua fría en Washington y en Nuuk, pero tal vez no tanto en Copenhague.
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