RAMÓN LARRAMENDI (Savissivik)
Esta expedición por la costa noroeste de Groenlandia, en la Bahía Melville, está siendo realmente impresionante porque me sirve para documentar lo que podría ser, y espero que no lo sea, la desaparición de una cultura polar única, la de un pueblo que se adaptó a vivir hace milenios en la región más inhóspita del planeta. El viaje me está sirviendo para ratificarme en lo necesario que es mi proyecto SOS THULE.
Ya llevamos dos días de navegación por una de las regiones más salvajes de los territorios polares, más desconocidos. En este tramo hemos parado en el pueblo thule de Savissivik, que significa «el meteorito de hierro», en groenlandés y también en Kullorsuaq, otro enclave del que todos me cuentan que la población está marchándose.
Continuamente me vienen a la cabeza las imágenes de la expedición Circumpolar Mapfre que hice entre 1991 y 1993 (en la foto superior), cuando pasé con trineo de perros por esta misma zona, acompañado de Manuel Olivera. Luego regresé en 20009 con Jesús Calleja y Miguel Herrero. Manuel y Miguel han sido dos de los tripulantes del la última expedición del Trineo de Viento. En esta ocasión viajo con Emilio Gonzalo, gran dibujante de cómic y compañero de aventuras, y con unos cazadores inuits, incluido el hijo de 10 años de uno de ellos.
Las vistas desde nuestras motoras son espectaculares. Fiordos cargados de icebergs, acantilados nevados y una la fauna polar que se mueve libre, salvaje. Hemos podido ver más de 50 bueyes almizcleros, una especie que se extinguió en la Península Ibérica hace más de 2.500 años. En el siglo XX también desapareció de Alaska, pero desde que se ha protegido su población está en expansión. Es una gozada ver sus manadas, tranquilamente pastando, ajenas a nuestra presencia sobre las olas. También nos cruzamos con infinidad de focas, pero el oso polar se hace esperar. En los casi 300 kilómetros que hemos recorrido lo único extraño en el horizonte ha sido la base militar norteamericana de Thule, construida justo encima de donde existía un asentamiento inuit. Como contaba en el anterior post, una bomba nuclear, que cayó accidentalmente, aún está en la bahía y según mis compañeros thule hemos pasado por encima.
En Savissivik apenas quedan medio centenar de habitantes y me contaban que en todo el año no han recibido ni un solo turista. En realidad, pasan tan pocos extranjeros por este lugar que aún recuerdan bien mi visita con Manuel hace un cuarto de siglo. Otro pueblo que conocí entonces ya no existe, se ha quedado totalmente vacío.
Y es que aquí la vida no es nada fácil. La única actividad de los inuits en este lugar es cazar osos, los ocho ejemplares que son la cuota anual que tienen asignada, y focas para alimentarse. Se desayuna foca, se come foca y se cena foca. Este mismo año murió un vecino mientras las cazaba con su kayak. Fue agredido por una morsa, que le atravesó con sus colmillos, me cuenta uno de mis conocidos en este remoto lugar. Antes de salir en esta ruta, en Qaanaaq, el gran cazador Knud Qujaukitsoq me hablaba de cómo está cambiando la vida, de los jóvenes que se van porque aquí no atisban futuro, de una cultura milenaria que acabará por perderse. Como curiosidad, el kayak que está colgado en el Geographic Club de Madrid es suyo.
Tras esta parada con internet, seguiremos en los próximos días nuestra ruta al sur, otros 400 kilómetros en los que no veremos ninguna localidad más en la costa, hasta llegar a Upernavik, que es el mayor asentamiento humano de la región, con unos 3.000 habitantes, y es donde acabamos esta aventura.
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