Un buque español de 1819 ¿el primero en la Antártida?

Un buque español de 1819 ¿el primero en la Antártida?

El científico y escritor Javier Cacho, en una conferencia celebrada en la Fundación March, recordaba uno de los episodios de la exploración polar antártica más desconocidos y que aún guarda un misterio: la expedición que en 1819 realizó el buque español San Telmo, enviado por Fernando VII hacia Perú, pero que acabó desapareciendo, en la costa antártica después de que fuertes temporales les impidieran cruzar por el Cabo de Hornos. «El buque y su tripulación desapareció muy cerca de Isla Livingston, precisamente donde España tiene ahora una base científica y más tarde se encontraron restos del naufragio. Puede que los españoles fueran los primeros en pisar tierra en la Antártida, pero no lo sabemos», comentó el investigador, que ha participado en varias campañas científicas en esta misma isla.

Cacho, ante un auditorio en el que no cabía un alfiler, fue desgranando las expediciones que ha habido a lo largo de la historia, desde las primera de Juan Caboto a Terranova, enviada en 1497 por Enrique VII, hasta la conquista de los polos, ya en el siglo XX.

«La exploración polar siempre ha estado acompañad de frío, hambre y soledad. Se hizo en tiempos en los que no había tecnología. No podían llamar y decir ‘Houston, tenemos un problema’, como se hizo en un viaje a la Luna. En estos viajes, la solidaridad primaba sobre la supervivencia, aunque también hubo canibalismo y envenenamientos».

Javier Cacho, durante la conferencia

Javier Cacho, durante la conferencia

El físico, un experto en ozono que ahora trabaja en el INTA, recordó que durante siglos, los polos no interesaron por ser zonas vacías, si ningún interés para el comercio, pero en el siglo XVIII el panorama cambió y  los primeros viajes para encontrar el Paso del Noroeste en el Ártico se sucedieron. Especialmente duro fue el viaje de Elisha Kana, en 1854, que se quedó con sus tripulación tirado en mitad del hielo, a 50º bajo cero, en el noroeste de Groenlandia, durane todo un invierno.

También hubo expediciones científicas, como la de Augusto Peerman, empeñado en que había corrientes de agua caliente que cruzaban el Ártico y por las que se podía navegar sin problemas. Pero, evidentemente, se equivocó. «En este viaje, un barco se perdió por entender mal las señales de las banderas, fue un desastrre», recordó Cacho.

Recreación del buque San Telmo, entre los hielos de la Antártida.

 

Hubo, asimismo, aventureros que poco tenían que ver con la navegación o la exploración. Fue el caso del periodista de Cincinnati Charles Hall, que en 1871 se fue al Ártico a vivir con los inuits, con los que pasó 12 años, para acabar envenenado años después durante una expedición que daría para un guión cinematográfico: el barco chocó contra un icebergs cuando 18 personas estaban sobre el pedazo de hielo y allí se quedaron, a la deriva, comiendo foca, durante seis meses, hasta ser rescatados por un ballenero.

El editor de periódicos James Gordon Bennett, que enviaría a Henry Stanley en busca del doctor Livingston a África, también  fletó un barco para llegar al Ártico, que se hundió cerca de Groenlandia.

Especial interés puso el investigador en recordar la figura de Fridtjof Nansen, diseñador del primer ‘rompehielos’, en la supuesta llegada de Robert Peary al Polo Norte y la batalla por el Polo Sur entre Robert Scott y Roald Amundsen, que ganó el segundo, batalla sobre la que escribió el libro ‘Duelo en la Antártida’. Por supuesto, también recordó al explorador británico Enest Shakleton, al que dedica su última obra.

«El ser humano siempre ha querido llegar donde nadie había ido antes. Y lo seguirá haciendo», señaló el científico como colofón a una charla que forma parte del ciclo ‘La búsqueda de los confines’ de la Fundación, cuyo asesor es el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón, que estaba entre los presentes.